En Mis Cuatro Hijas, la aclamada película de Kaouther Ben Hania, no hay ficción posible que no esté atravesada por la realidad. A medio camino entre el documental, la autoficción y el teatro testimonial, el film se sumerge en la desgarradora historia real de Olfa, una madre tunecina cuya vida da un giro irreparable cuando dos de sus hijas desaparecen, atraídas por el extremismo religioso. Para contar esta historia, Ben Hania convoca a actrices profesionales que encarnen a las hijas ausentes. Una de ellas es Ichraq Matar, quien da vida a Ghofrane, la hija mayor.
En ese espacio liminal, entre la carne viva del testimonio y el rigor de la actuación, aparece Ichraq Matar, la actriz que da vida a 'Ghofrane', la hija mayor. No lo hace desde la imitación ni desde la distancia clínica. Su Ghofrane es visceral, contradictoria, llena de preguntas no resueltas. Matar no interpreta: se hunde en la memoria de otra mujer como quien entra en una casa ajena y escucha las voces que aún resuenan entre los muros.
“Kaouther me dijo desde el principio: ‘No necesito que actúes. Necesito que estés’. Fue una advertencia y una invitación”, recuerda Ichraq, con la serenidad de quien ha salido de una travesía profunda. Aceptar el papel significó no solo aprender gestos o tonos, sino sumergirse en el dolor de una familia. Pasó días enteros escuchando a Olfa, observando a las hermanas reales, tratando de comprender lo que nunca fue dicho. “Ghofrane ya no estaba para contar su versión. Mi cuerpo tenía que ofrecerle un lugar donde existir otra vez.”
El resultado es un trabajo descarnado, conmovedor, que rehúye el melodrama y se instala en la incomodidad necesaria. Ghofrane no es presentada como mártir ni como monstruo. Es una adolescente atravesada por el conflicto: entre la obediencia y la rebeldía, entre el deber familiar y la necesidad de emanciparse, aunque sea por vías trágicas. Para Matar, lo más desafiante no fue aprender una historia, sino sostener las miradas: la de Olfa, que veía en ella a su hija desaparecida, y la del público, que exige comprender a quienes el mundo suele juzgar demasiado pronto.
Para Ichraq, que venía de un teatro más formal, más contenido, esta experiencia marcó un antes y un después. “Ya no puedo actuar sin preguntarme qué está en juego. ¿Qué memoria estoy tocando? ¿Qué silencio estoy rompiendo?” Su compromiso con el papel no se detuvo en lo técnico. Lo vivió como una responsabilidad ética, casi espiritual. Y eso se siente en cada gesto suyo en pantalla: en la rabia que contiene, en la ternura que asoma entre los pliegues del conflicto, en el dolor sordo que habita su silencio.
'Mis Cuatro Hijas' no solo expone una historia dolorosa. Cuestiona estructuras enteras: la violencia estructural contra las mujeres, los vacíos que deja la educación emocional ausente, las formas sutiles (y no tanto) en que las sociedades empujan a sus hijas al abismo. “No es una película sobre el terrorismo”, dice Matar. “Es una película sobre mujeres que intentan existir con dignidad en contextos que les niegan esa posibilidad.”
'Mis Cuatro Hijas' La película en la que no hay ficción posible que no esté atravesada por la realidad